La explotación de la tragedia para el espectáculo está bastante mal. Lo hemos visto en cada concurso de televisión, así que si se ha convertido en tópico, es porque la gente empatiza con esos aspirantes a la fama que se atreven a cantar, bailar, o partir sandías a cabezazos pese a haber sufrido la pérdida de un ser querido, o de alguna extremidad.


La diferencia entre el éxito y el fracaso es una buena historia. No sé en qué momento escribí una breve historia semificticia sobre un niño con graves limitaciones físicas y/o psicológicas que se presentaba a un talent show y, pese a apenas emitir una sucesión de gruñidos atonales, emocionaba a público y jurado por el mero hecho de subirse a un escenario, como si hubiera sido elección suya. La explotación de la tragedia para el espectáculo, y sé qué puede ser controvertido lo que voy a decir a continuación, está bastante mal. Lo hemos visto en cada concurso de televisión, así que si se ha convertido en tópico, es que la gente empatiza con esos aspirantes a la fama que se atreven a cantar, bailar, o partir sandías a cabezazos pese a haber sufrido la pérdida de un ser querido, o de alguna extremidad.

Los programas suelen seguir dos vías para incorporar el melodrama a su narrativa:

  • la presentativa, según la cuál el hecho traumático se nos introduce antes que ninguna de las habilidades del susodicho/a, como queriéndonos decir que antes que personas son víctimas y, por lo tanto, pase lo que pase a continuación, merecen ser resarcidos por algún ente superior. Este es el método seguido por Got Talent y similares, los más carroñeros del género.
  • la diegética, en la que se finge, con dudoso resultado, que surge una conversación de manera natural en la que se nos dan a conocer las injusticias acaecidas a la persona en cuestión, a menudo varios episodios después de mostrarla en pantalla por primera vez. Aquí destaca Masterchef, que sienta cátedra en el asunto de la charleta expositiva entre compañeros. Parafraseo, pero no tanto:

MUCHACHA: Uf, cómo estás cortando ese calabacín. Se nota que has tenido que luchar mucho en tu vida.

MUCHACHO: Pues sí, si te digo la verdad sí. Yo empecé a robar chatarra a los 14 años para pagarme los cromos de Panini, y tenía a mi madre, que es una santa, que la quiero mucho, pero que no sabía que hacer conmigo. Y se las he hecho pasar canutas, ¿sabes? Entonces cuando tenía 22 años vendí su anillo de casada en el rastrillo por un coloca de Diego Tristán y me dijo: "hasta aquí hemos llegado". Y me costó mucho salir de ese bucle, pero con mi fuerza de voluntad, y con la ayuda de mi madre, pues aquí estamos ahora, troceando cucurbitáceas. Por cierto, ¿te interesa un Astudillo del Alavés temporada 2001? Lo tengo repe.

Etcétera.

El caso es que resulta gratuito y por lo que respecta a mis personas allegadas, que podrían perfectamente tener algún trastorno psicopático pero que hasta donde yo sé no es así, cualquier lagrimita fácil soltada por algún concursante en la tele recibe como reacción un entornado de ojos y, si es muy severa, un cambio de canal. Lo último, diría, que los altos ejecutivos de las cadenas, quieren.

Tengo, de nuevo, la solución. Una nueva (o no, more on that later) forma de inyectar sentimentalismo a las competiciones de la pequeña pantalla sin caer en lo almizclado y empalagoso. Hete aquí:

  • la subrepticia, donde existe absolutamente una situación que es para llorar, pero que a los participantes de la contienda en ese momento les es ajena, como les son ajenas muchas cosas que sólo se harán manifiestas en un apoteósico éxtasis final de vergüenza y gimoteos.

Superstar USA nació (y murió, por motivos que se mostrarán como obvios en un ratito) en 2004 con la intención de poner en práctica este procedimiento industrial de humillación pública tan cruel que crea verdadera angustia en los televidentes. En la superficie, es un talent de canto normal y corriente con jóvenes hiperbronceados y/o con mechas californianas que se desgañitan ante un triunvirato de gente cuya carrera está en horas bajas. Estos se miden vocalmente unos contra otros ronda tras ronda hasta que alguien gana o el canal lo cancela, lo que pase primero.

Pero claro, aquí está la trampa: en Superstar USA no avanza la habilidad, el carisma o la belleza. Es el primer concurso en el que se busca a la persona con menor talento interpretativo del mundo.

Esto es revolucionario. Ni siquiera El semáforo, pionero casposo de este tipo de puestas en evidencia de gente con ciertas taras, honraba la falta de aptitudes: el público allí vociferaba y aporreaba cacerolas a quienes lo hacían mal, y otorgaba vítores a aquellos que, mal que bien, se defendían. El objetivo de Superstar USA es diametralmente opuesto: no buscan la perla entre la podredumbre, si no lo más inmundo.

Los candidatos, cómo no, no sabían nada. Imbuidos de esa carencia total de autocrítica de los terminalmente ineptos, pensaban que era su destino ser superestrellas, que esta era su catapulta al éxito. Es por esto que su destreza no podía ser tampoco abismal, porque no hay nadie tan ciego o fácil de engañar, si no que tenía que existir en alguna parte del valle entre la incompetencia y la chispa, lo que llamaríamos la zona Juan Camus. Así Mario, nerd de pelo churretoso y movimientos robóticos, entona a duras penas pero no de tal forma que se le podría acusar de no tener oído, y la alegre Jamie tiene una voz casi decente que no sabe controlar y una memoria escasa que la obliga a llevar apuntada la letra de "Like a Virgin" en la palma de la mano.


Desde luego, la actuación del jurado, un verdadero quién es quién del "¿quién?", es fundamental para mantener la mascarada a salvo, y es tan convincente que ella sola implementa el conducto subrepticio del drama que comentaba antes. Cualquiera que es testigo de como esta pobre gente ilusionada ve su ego inflado aún más por elogios (no siempre musicales: la objetificación de Jamie por parte de Brian McFayden, a la sazón creador del concurso, es la razón nº 34902 por la que este programa jamás podría emitirse en nuestros días, y menos mal), sabe que la caída va a ser durísima. Y por supuesto, no se equivocan.

Quienes me lean se habrán dado cuenta de que hay un cabo suelto. Vale que el jurado y la producción del programa estaban en el ajo, ¿pero el público? Lógicamente ante esto McFayden se encontró ante dos alternativas. La primera y a priori más sencilla sería encontrar, digamos, 500 almas afines y perversas que estuvieran a dispuestas a mantener viva la fantasía de los concursantes y aguantar la carcajada en la medida de lo posible. Lucifer seguramente se decepcionó al saber que la especie humana es más bondadosa que todo eso y nadie se prestó voluntario a engañar a esas almas inocentes y puras. Así que McFayden, en conspiración con algún cabal maquiavélico, decidió que el plan B solo podía ser uno: decirle al público que lo que iban a ver era gente enferma terminal que tenía como último deseo cantar. Y Lucifer aplaudió.

Esta combinación genial y malvada de lo demostradamente efectivo (vía presentativa) y lo innovador (vía subrepticia) horrorizará a muchos, y es comprensible. No vengo a decir que todos los concursos se fundamenten en mentiras dolorosas y ofensivas, que se manipule a gente para la mofa generalizada de algunos sádicos. Pero sí algunos. Pongo diversos ejemplos.

  • Supervivientes, solo que el voto, sin saberlo los náufragos, es para quien el público desea que se quede en la isla, de tal manera que el ganador, en realidad, pasará el resto de sus días abandonado entre cocoteros para nuestra algarabía democrática.
  • ¿Quién quiere ser millonario?, pero responda lo que responda el concursante se le da por bueno para que se confíe, hasta que en la última pregunta se va la luz del plató y para cuando vuelve el estudio se ha transformado en la isla de Supervivientes.
  • First Dates, pero la audiencia sabe que en los espaguetis hay arsénico.

Al final la angelical Jamie ganó y recibió múltiples premios: 50000 dólares que irían destinados a futuros psicólogos, imagino; otros 50000 para la producción de un álbum que jamás salió a la luz y que pretendía convertir a la muchacha en objeto perenne de burla, y por supuesto la grata noticia de que lo que realmente se estaba recompensando era el terrorismo musical.

De la buena de Jamie Foss solo queda esta página promocional, con un link a un supuesto club de fans que no funciona, otra en IMDb en la que se guarda constancia de icónicos papeles como "amiga" o "camarera nº 1". 


Es improbable que se siga mi recomendación y se convierta la televisión en una pasarela de degradación humana, o al menos más de lo que ya es. Pero si hay alguien leyendo, pongamos de Mediaset, que con una ausencia total de escrúpulos opta por obedecer a estos principios, no hace falta que me lo agradezcas. Sigue tu corazón, que yo he inspirado, y nos vemos en el prime time.