La indeseable bendición del turismo playero ha tenido a bien pasar de largo de Elda, quizá por ubicarse a cuarenta kilómetros de la playa. Así que, eximidos de las hordas de británicos exhibiendo diversos matices de bermellón, han tenido que trabajar, que desarrollar una industria propia. Una que se ha convertido en la envidia de Europa: la del calzado femenino.


Sólo conozco Elda del cartel en la autovía señalando el municipio, de aquellos largos viajes en coche a Torrevieja que hice siendo apenas un bebé. La indeseable bendición del turismo playero ha tenido a bien pasar de largo del pueblo como hacíamos nosotros en aquel Citröen Xsara, quizá por ubicarse a cuarenta kilómetros de la playa. Así que, eximidos de las hordas de británicos exhibiendo diversos matices de bermellón, han tenido que trabajar, que desarrollar una industria propia. Una que se ha convertido en la envidia de Europa: la del calzado femenino.

Los eldenses se toman en serio los zapatos desde hace tiempos inmemoriales, cuando artesanos iban con su mercancía a cuestas para venderla por las esquinas, ignorando que en unas cuantas décadas su ciudad albergaría nada menos que la FICIA, Feria Internacional del Calzado e Industrias Afines (el calcetín, esa prenda a menudo olvidada, sobre todo dentro de la lavadora). El orgullo que debió suponer para la humilde localidad hospedar a industriales del botín de cada rincón de nuestra cuasiesfera era solo proporcional a la envidia de las grandes capitales. En 1987, Madrid decide ceder IFEMA para EXPOCALZADO, una puñalada trapera de miles que justifican el asco que le tienen a la sede central del gobierno en el resto del país. Otras ciudades más grandes como Elche o Alicante amenazan con medidas similares, hasta que en 1991, FICIA tiene que cerrar para siempre.

Pero la gente siempre va a seguir llevando algo en los pies, así que el trabajo no podía detenerse. Los talleres siguieron produciendo zapatos, pero al resto del mundo siguió siéndole ajena la impecable reputación de Elda en este ámbito. Era hora de aprender a venderse. De renovarse, o morir. Elda desplegó rutas turísticas temáticas, y no sólo una: en la avenida de Ronda se puede pasar a la tienda de Chie Mihara, marca japonesa de sandalias de "espíritu libre para llevar puestas a diario"; en el centro está Paco Herrero, con headquarters en Almansa y que llevan protegiendo los pies de "la mujer actual a la que le gusta ir a la moda" durante sesenta años; incluso en el extrarradio, el outlet de Rebeca Sanver nos promete materiales de calidad y atención al detalle. Hasta el día de hoy, es el único lugar del mundo donde es delito penal salir con crocs a la calle. Están a años luz de todos nosotros. Tanto que en su página web del Museo del Calzado hay noticias del futuro:


Porque, obviamente, si algún lugar del territorio patrio debía alojar el Museo del Calzado, ese debía ser Elda. Fundado por José María Amat en 1992, el patronato acordó en 2005 que sus contribuciones al mundo del pie habían sido lo suficientemente reseñables como para adjuntar su nombre al del Museo, honor al que Amat respondió abriendo un Museo del Bolso junto a su señora. En plena crisis del ladrillo, no encontró un solar asequible y aún hoy esa institución existe únicamente como página web. Una que recomiendo visitar encarecidamente pero que, por desgracia, no incluye el bolso que Margarita Seisdedos rellenó con un ladrillo para agredir a la prensa y demás polemistas. Una ausencia grave que supongo será remediada en algún momento. Pero volvamos al zapato.

En una iniciativa revolucionaria, el Museo del Calzado de Elda se erigió como la autoridad máxima en la materia e instauró el Premio a la Mejor Calzada de España. Cuenta la leyenda (léase Wikipedia), que el incólume Luis García Berlanga sentía una gran fraternidad con Amat, que al parecer estaba sustentada en buena parte en su culto a la manoletina, y que fue él quien instó al fundador a la creación de ese galardón, de la mano de otro que contaría con el nombre del director y que se entregaría a escritores y periodistas que redactaran loas a las pantuflas. Poco se sabe de ese trofeillo más allá de que una vez lo recibió Sánchez Dragó por algo llamado "Hasta las gatas quieren zapatos", que suena tan repugnante como todo lo que excretó ese individuo.

Las ganadoras al premio son de lo más diverso: caras conocidas y respetadas dominaron los primeros años: Ana Rosa, Concha Velasco y Anne Igartiburu, tres mujeres que han dominado la programación de la tercera edad durante décadas; aunque después se agitó el panorama con victorias de Terelu Campos o Marta Sánchez. La victoria más bizarra hasta la fecha, en cualquier caso, es la de la recién retirada Ona Carbonell, una mujer que ha pasado media vida descalza en una piscina. La cosa es que salvo que seas un fetichista obseso a lo Tarantino (o a lo Berlanga) parece, es difícil juzgar si ha ganado quien lo merecía, o simplemente la única famosa que se ha prestado a ir a Elda a pasar el día. Por suerte, tenemos gente que presta una atención minuciosa a qué calzan las mujeres, y que nos ayudarán en nuestra tarea. Contemos con ellos:


Ana Rosa con una chancleta de dorado chochomono con suela de Maxibon de fresa. Hay que quitarse el sombrero, ganadora tremendamente válida.


Paz Vega no arriesga nada, y el ventanuco absurdo en esos tacones le va a causar una gravísima deformidad en los dedos. No es cómodo ni funcional. Terrible idea.


Hmm, apenas se le ven los zapatos a Esperanza Aguirre aquí, más parece que se le está subiendo una culebrilla por el empeine. El agarre de la guitarra es de 10, eso seguro.


Nuria Roca se fracturó el metatarso, por ejemplo, pero eso no le impidió asistir a sus citas semanales de pedicura. Supongo que no termina de encajar con lo que se premia en este certamen, pero los archivistas del pie hacen lo que pueden.


Eso que pisa Anne Igartiburu parece una simple plantilla. Algo me dice que a estos que recopilan tanta foto no les interesa el calzado...


Aaaaaaah, Concha Velasco, ¡no! Lo sabía, estos son unos pervertidos. Ya es que nadie respeta nada. Esos apéndices que nos unen al suelo no son instrumentos para el vicio, son nuestras raíces, nuestro medio de transporte. Y encima Conchita Velasco, un ser de luz, ¿qué ha hecho ella, o sus pies, para ser objeto de vuestra obsesión malsana?

La batalla entre Elda y Wikifeet se encarnizará durante siglos. Dos maneras de ver la vida: proteger el pie o liberarlo. Visiones que reflejan, de un modo u otro, la sociedad. Quien sabe si de aquí a unos años, los parafílicos se hará con el dominio e iremos todos pinrel al aire como los hobbits. Yo solo deseo no estar aquí para verlo. O, por lo menos, que no esté Concha.