La huerta española. El pilar de la dieta mediterránea. Una maraña entretejida por los poderosos para seguir inoculándonos puro veneno en forma de ciruela, o de albaricoque.


Escribo estas palabras desde un búnker nuclear en una ubicación que, por motivos que resultarán obvios al final de mi relato, no voy a hacer pública. Es más, puede que lo del búnker sea mentira, para despistar. O puede que no. Mi afán de secretismo me puede convertir en víctima del lobby más peligroso de la industria española, uno que invierte sus jugosos beneficios en lavar sus infinitos trapos sucios, en cubrir una colosal montaña de estiércol con un sábana de propaganda. Yo he destapado esa montaña y me hayo en su cima con una pala, para remover toda esa mierda aunque sea poquito a poquito. Y es por eso también que lanzo este mensaje, para que dentro de unos días no esté yo solo cavando si no que quizá docenas, o miles, me acompañen en esta disputa que no he elegido enfrentar.

La huerta española. El pilar de la dieta mediterránea. Naranjas de Valencia, plátanos de Canarias, melocotones de Calanda y melones de Villaconejos, deliciosos manjares que disfrutar tras la comida (o en lugar de, por qué no, esto es jauja) y que reportan pingües bienes a nuestra salud, todo estudio que se precie asevera. ¿No? Pues bien, todo este párrafo es una patraña. Lo que va antes del "¿no?", me refiero. Una maraña entretejida por los poderosos para seguir inoculándonos puro veneno en forma de ciruela, o de albaricoque. Porque seamos realistas: si no fuera por sus presuntas vitaminas, un alfabeto entero de compuestos que nos harán más lozanos y longevos, ¿quién diablos iba a comerse, pongamos, una chirimoya? Una cosa insípida, de pulpa pastosa, con pipas del calibre 25. ¿Por qué iba a proveernos la madre Naturaleza con algo tan objetable? ¿Y si os dijera que no es la Pachamama quién en su fértil útero ha pergeñado esa "exquisitez"? Las piezas comenzarían a encajar.

En 1993, Bom Bom Chip cantaron:

Toma mucha fruta, mucha fruta fresca.

Tómala y disfruta como te parezca.

Puedes exprimirla para hacerte zumos,

puedes compartirla con más de uno.

Fue el primer esfuerzo del colectivo frutícola por lavar las mentes de una joven e influenciable generación para iniciarla en el consumo de peras, piñas y papayas. Otros cronistas, con ideas tal vez tan venerables como las mías pero algo más perversas, han observado las referencias bien explícitas de la letra ("toma una banana cada mañana, cuando está madura es una locura") y concluido, erróneamente a mi parecer, que la intención del tema era una más depravada; yo objeto de manera formal, y postulo que el mensaje es transparente como el agua de la fuente: una incitación a la ingesta de los frutos que nos da la tierra, y tal vez extendiendo esa tesis un poco más, una reafirmación de la especie humana como dominadora de los ciclos vitales, el apex predator más despótico, un Prometeo que controla la misma creación, que hace que esos "montones de melocotones" se pongan "gigantes con fertilizantes".

La chirimoya es un paso más en esa labor correctiva (para con Dios, nada menos), un ítem que jamás ha salido de un sustrato si no de un laboratorio en Utrecht, de unos neerlandeses amenazados por la caída de las subastas de tulipanes que han buscado una nueva gallina de los huevos de oro para nutrir sus polders. Es así una última broma macabra a Gaia que la más "tropical" de las frutas provenga de un estado que no sólo es insultantemente septentrional si no que cuya mera existencia, desafiando eones de realidad hidrográfica, es un escupitajo en la cara del plan divino.

Ahora parece que lo que está de moda es el persimón (no me veréis referirme a él por el infantilizado e incongruente nombre de "caqui": es como si llamáramos al limón "magenta"), cultivado, dicen, en la ribera del Segura porque la mandarina ya no es lo suficientemente sexy. Los agricultores y distribuidores de esta atrocidad gustativa pretenden hacernos creer que no es un tomate. Pues ya lo digo yo: es un tomate, modificado genéticamente por el entorno en el que crece. Esfuerzos en la secuenciación de su genoma demuestran que hay una cadena de 87 bases nitrogenadas (casualmente 75 adeninas seguidas de 12 guaninas, que es el mismo sonido que produzco cuando cato un persimón aunque sea por accidente) que es compartida por cuatro de cada cinco ciudadanos de Murcia; si mis sospechas son ciertas, ese fragmento de ADN se traduce como fenotipo en decir "acho" cada dos frases.

No quiero explayarme mucho más desenmascarar las tretas con las que nos engañan. Podría también sacar a relucir que los lunares marrones de los ya mencionados plátanos de Canarias los pinta un señor de La Gomera con un Rotring, o que la macedonia antes se llamaba yugoslavia e incluía también berenjenas, pero no lo voy a hacer. Voy solamente a centrarme en uno de los mantras más repetidos, y a la vez menos cuestionados, del imperio de la fructosa. Uno que no soporta un mínimo análisis pero que, sin embargo, sobrevive intacto en los corazones de la multitud. Y es el siguiente:

"Se recomienda consumir cinco piezas de fruta al día".

La camarilla de los horticultores (que también tienen lo suyo: ¿sabías que los repollos son, en realidad, una especie de pólipo procedente del Océano Índico? ¿a qué no?) han conseguido inmiscuirse para que el eslogan incluya a veces "fruta y verdura", pero les ha costado tiempo, esfuerzo, y los derechos de imagen del tomate (como bien nos recuerdan siempre que pueden los pedantes, es una fruta, ¡y sólo hicieron falta unos cuantos siglos de colonización y esclavitud para tenerla en tu ensalada!). Pero la frase es la que es: hay una cantidad exacta, arbitraria pero obligatoria, que hay que meterse al estómago para engrasar la maquinaria y los bolsillos de aquellos que tienen más que ganar (el señor Fontestad, por ejemplo, que supo reconvertir su flaqueante negocio de pegatinas en algo mucho más lucrativo).

Discuto la afirmación en dos frentes: el nutricional y el semántico. El primero es casi trivial, y ya he ahondado en algunos ejemplos de cómo triquiñuelas publicitarias nos han vendido como aconsejables productos concebidos por científicos en bata y aderezados con toda clase de suplementos químicos. A nadie sorprenderá saber que el coco comestible, el que venden en las ferias bien fresquito y mojado, es 98% polietileno como el que se usa en embalaje; siglos de empeño no han conseguido todavía abrir un coco real, de los de las palmeras, pese a haber puesto a algunas de las grandes cabezas pensantes de nuestra especie al frente del problema. El Dr. Richard Feynman, de Princeton, agotado y rendido ante la persistencia de la tupida cáscara, optó por reutilizar la fruta (técnicamente una drupa) como revestimiento de la bomba que caería en 1945 sobre Nagasaki. Pero divago: ¿es comer plástico saludable? ¿Qué instituciones sensatas serían capaces de inducirnos a esa intoxicación? ¿Quién tiene intereses espurios en que así lo hagamos? Entended que no puedo daros la solución a todas las cuestiones, confío en que vuestra capacidad de raciocinio esté relativamente intacta pese a la fruta ingerida.

Es el segundo punto, el del lenguaje, el que me parece más vil. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que una cereza tiene un tamaño bastante distinto al de una sandía, el de una uva al de un mango. Y, así y todo, la recomendación no da pie a interpretaciones, a matiz alguno: cinco piezas de fruta. ¿Qué es una pieza de fruta? La única respuesta a la pregunta es un silencio sepulcral, quizá una mueca de maldad.

No ha salido en los medios, pero un samizdat del organismo polaco Owoce Nie asegura que el lobby de la fruta ha encubierto al menos tres muertes por engullimiento excesivo de personas, tal vez ingenuas, que cumpliendo a rajatabla el mandamiento fueron encontradas con cinco cantalupos en su aparato digestivo. Claro que cualquier proceso judicial al respecto no alcanzaría ninguna corte respetable, no sólo por las presiones a las que se vería sometido el juez a cargo de la operación, si no porque la conciencia social se inclinaría más por un "a quién se le ocurre comerse media docena de melones de una sentada, hay que ser imbécil" que por el más compasivo "son víctimas de un juego atroz, peones en una guerra unilateral; hagamos pagar a los responsables".

Ha habido intentos, nunca públicos una vez más, de normalizar la definición de "pieza". Supervisada por AENOR, la convención de Ponferrada de 1994 elaboró un documento que enumeraba las siguientes equivalencias:

  • 1 pieza de fruta = 
    • 1 plátano (mediano)
    • 0.7 plátanos (mediano, piel incluida)
    • 1 manzana Royal Gala
    • 1.2 manzanas Granny Smith
    • 6 uvas (sin hueso)
    • 7 uvas (con hueso)
    • 60 g. de sandía (pepitas aparte)
    • 4 salchichas Oscar Mayer KingSize con relleno de queso*
    • ...
        *Legalmente no podemos llamarlo queso, consultar con B.G.

El listado continúa así durante varias páginas, pero creo que encontramos todos los síntomas de la corrupción y el desprecio por la lógica: estimaciones cabalísticas, argumentos circulares (el plátano mediano, ¿es mediano en comparación con qué? ¿Necesitamos haber medido todos los plátanos del universo para conocer su percentil?), y multiplicaciones con decimales. Lo más agravante a primera vista, la presencia de carne procesada en el inventario, es a un ojo crítico lo que menos preocupa: Oscar Mayer es sinónimo de calidad, y sus salchichas contienen menos de una parte por millón de wapití, que os aseguro es una proporción inferior a la que puede garantizar Granny Smith (no te tengo miedo, abuela).

Creo que he hecho suficiente ya en alimentar vuestras conciencias. Yo estoy bien: los complementos que me ha recetado mi médico de cabecera están consiguiendo batallar mi escorbuto recalcitrante, y hace semanas que mi cuerpo ha dado por hecho que no va a volver a conciliar el sueño y está conforme con la decisión. Así que por mí no os preocupéis. Eso sí, un favor os tengo que pedir: si pasáis por una frutería y veis un un canasto de nectarinas, enviadme alguna. Que la verdad es que están bastante buenas.

Artículo publicado con el apoyo de la Asociación por la Defensa del Torrezno de Soria.